«El pensar es la actividad que hace el alma cuando dialoga y se plantea a sí misma preguntas
y respuestas, afirmando unas veces y negando otras», dice Sócrates. La sed de inmediatez que
tiene la sociedad actual tiene como resultado directo que se tienda a afirmar siempre, o peor,
que no se llegue ni a plantear preguntas al yo: no hay tiempo para distanciarse de uno mismo
para ver con perspectiva y criticar lo que se defiende, o se cree defender.
El doing gana al thinking en todas las carreras del mundo actual, más preocupado por
respuestas eficaces que por preguntas desafiantes. Como consecuencia, la sociedad se
pasiviza, se sistematiza y se conforma con lo que se le inculca sin replantearse su posición de
partida, un peligro enorme en un mundo en constante evolución en el que se requieren, tanto
en el ámbito corporativo como político, fórmulas nuevas para dar con el éxito.
Las empresas del futuro no son activos sino ideas, y en el tercer sector el pensamiento
también es la clave de la victoria: sin pensamiento no hay cambios. Al distanciarnos de lo
inmediato, creamos un espacio para la reflexión profunda, permitiéndonos no sólo
comprender el mundo, sino construirlo y también transformarlo. Es decir, sin pensamiento no
hay transformación, nos limitaríamos a aceptar la realidad tal cual es.
Es evidente entonces por qué es imprescindible invertir tiempo y dinero en pensar. Aún así,
en la práctica, no se están debatiendo las ideas y no se está dispuesto a cambiar de opinión, a
mantener dos posiciones simultáneas internamente a través del distanciamiento de la opinión
propia. No se está dispuesto a pensar. Esto se ve claramente en el sujeto típico que se siente
atacado cuando lo que se atacan son sus ideas, de las que debería ser capaz de tomar distancia
y perspectiva para dar lugar al verdadero debate. Es este el problema de la polarización, que
impide que se construyan puentes para debatir, y por tanto no se refuerzan las ideas.
Es sólo a través del diálogo con el contrario que se puede alcanzar la mejor versión de
nuestras ideas. Es una forma de exteriorizar y materializar el proceso de preguntas y
respuestas que propone Sócrates. Hoy somos malos embajadores de nuestras ideas; para que
crezcan, hay que debatir y que estas consigan pasar el test de la confrontación dialéctica. Un
mundo sin debate real, es decir, en el que los participantes no estén dispuestos a replantearse su
punto de partida, es un mundo cada vez menos consciente de los límites de su propia
ignorancia.
La única posibilidad de una sociedad civil viva y fuerte es que esté liderada por sujetos
pensantes; y para que esto pueda darse, hay que educar a sujetos pensantes con objetivos más
allá de lo inmediato. Por tanto es imprescindible que se fomente el verdadero debate, en el
que los argumentos no se vean como flechas punzantes dirigidas a la personalidad, sino como
oportunidades para reforzar o reformular lo que se cree. Sólo así es posible el cambio y el
éxito, a través de la inversión en pensamiento, porque si bien es cierto que este no lo resuelve
todo, sin él no se resuelve nada.